Iglesia Clase 6 Primado de Pedro y Unidad Igl

2 El primado de Pedro y la unidad de la Iglesia La cuestión del primado de Pedro y de su continuación en los obispos de Roma es con mucho el punto más candente del debate ecuménico. También dentro de la Iglesia católica, el primado de Pedro se presenta ininterrumpidamente como la piedra de escándalo, comenzando por las luchas medievales entre imperio y sacerdocio, a través de los movimientos por las Iglesias nacionales de principios de la época moderna y las tendencias de separación de Roma del siglo XIX, hasta las actuales oleadas de or6 su manera de conce a. endencia positiva en atiñ2T1 de la necesidad de u evidente que sólo es e guía del papa y u, y también hoy una uchos católicos tiandad. Resulta cudo eficaz contra el deslizamiento hacia la dependencia de los condicionamientos de los sistemas políticos o culturales; que sólo de ese modo la fe de los cristianos puede conseguir una voz clara en medio del confuso rumor de las diferentes ideologías.

Todo ello nos obliga, al afrontar nuestro tema, a prestar una particular atención al testimonio de la Biblia y a interrogar con especial cuidado a la fe de la Iglesia de los principios. Debemos distinguir más de cerca dos problemas fundamentales. El primero se puede delinear así: ¿Ha existido realmente un rimado de Pedro? Y como esto difícilmente puede negarse ante los testimonios del Nuevo Testamento, hemos de precisa next page precisar mejor la pregunta: ¿Qué significa propiamente el puesto privilegiado de Pedro que el Nuevo Testamento documenta de múltiples maneras?

Más difícil, y en cierto modo más decisiva, es la segunda pregunta que debemos hacernos: ¿Se puede justificar realmente una sucesión de Pedro basándose en el Nuevo Testamento? ¿La exige este o, más bien, la excluye? Y, admitida incluso una sucesión, ¿tiene Roma títulos para mostrar una pretensión justificada de ser su sede? Comencemos por el primer grupo de problemas. 1. El puesto de Pedro en el Nuevo Testamento Seria un error acudir en segulda al testimonio clásico del primado contenido en Mt 16,13-20.

Aislar un solo texto hace siempre más difícil su comprensión. En lugar de ello, vamos a afrontar la cuestión acercándonos a ella gradualmente por círculos concéntricos, interrogándonos primero en general sobre la imagen de Pedro en el Nuevo Testamento, iluminando luego la figura de Pedro en los evangelios, a fin de abrirnos por último el camino para la comprensión de los textos específicos relativos al primado. 1 . 1.

La misión de Pedro en el conjunto de la tradición neotestamentaria Lo que en seguida sorprende es que todas las grandes colecciones de textos del Nuevo Testamento conocen el tema de Pedro, que aparece así como un tema de significado universal, que no es posible limitar en modo alguno a una determinada tradición, circunscrita en sentido local o personall. En el epistolario paulino tropezamos ante todo con un importante testimonio, constituido por la antigua fórmula de fe que trasmite el apóstol en Icor 15, el apóstol en Icor 15,3-7.

Cefas -nombre con el que Pablo designa al apóstol de Betsaida, sirviéndose del término arameo, ue significa roca- es presentado como el prmer testigo de la resurrección de Jesucristo, Ahora bien, hemos de tener presente que la misión apostólica, precisamente en la perspectiva paulina, es esencialmente un testimonio de la resurrección de Cristo: según su mismo testimonio, Pablo puede considerarse apóstol en el sentido pleno de la palabra porque también a él se le apareció el Resucitado y lo llamó.

Así resulta comprensible la importancia muy particular del hecho de haber sido Pedro el primero en ver al Señor y de que aparezca como primer testigo en la confesión artlculada de la comunidad prmitlva. En este hecho casi podemos ver una nueva instalación en el primado, en la preeminencia entre los apóstoles. Si a esto se añade que se trata de una antiquísima fórmula prepaulina que es trasmitida por Pablo con gran veneración como un elemento intangible de la tradición, entonces resulta evidente la importancia del texto.

También es verdad que la polémica Carta a los gálatas nos muestra a Pablo enfrentado con Pedro en defensa de la autonomía de su vocación apostólica. pero precisamente ese contexto polémico confiere al testimonio de la carta sobre Pedro un significado mucho más relevante. Pablo va a Jerusalén «para conocer a Pedro» (videre Petrum), como ha traducido la Vulgata (Gal 1,18). «No vi a ningun otro apóstol», añade, «fuera de Santiago, el hermano del Señor».

Sin embargo, 31_1f6 «No vi a ningún otro apóstol», añade, «fuera de Santiago, el hermano del Señor». Sin embargo, el fin de la visita a Jerusalén es precisamente el encuentro con Pedro. Catorce años más tarde pablo, impulsado por una revelaclón, va de nuevo a la ciudad santa, donde ahora visita a las tres columnas, Santiago, Ceras y Juan, esta vez con un objetivo bien claro y circunscrito.

Les expone el evangelio que anuncia entre los gentiles «para saber si estaba o no trabajando inútilmente», afirmación sorprendente para la perspectiva de la carta y de grand(sima importancia para la autoconciencia del Apóstol de los gentiles: sólo existe un evangelio común, y la certeza de predicar el mensaje auténtico está ligada a la comunión con las columnas. Ellas son el criterio. El lector actual se siente inclinado a preguntar cómo se llegó a este grupo de tres personas y cuál era la posición de Pedro dentro de él. Efectivamente, O.

Cullmann ha avanzado la tesis de que, espués del año 42, Pedro hubo de ceder el primado a Santiago; no solamente para él el evangelio de Juan refleja la rivalidad entre Juan y Pedr02. Ocuparse de estas cuestiones serra interesante, pero nos alejaría demasiado de nuestro asunto. Muy verosímilmente Santiago ejerció una especie de primado sobre el judeo-cristianismo, que tenía su Centro en Jerusalén. Pero este primado no tuvo nunca importancia para la Iglesia universal y desapareció de la historia con el ocaso del judeo- cristianismo.

La posición especial de Juan era de una índole completamente diversa, según se puede ver claramente por el cuarto evangelio. Se puede as índole completamente diversa, según se puede ver claramente por el cuarto evangelio. Se puede así aceptar tranquilamente para esta fase de formación de la Iglesia descrita en la Carta a los gálatas una especie de triple primado, en el que Sln embargo la preeminencia de cada uno de los tres tiene razones diferentes y es de índole diversa. or eso permanece inalterada, independientemente de cómo se quiera definir, la relación recíproca en el grupo de las columnas, la singular preeminencia de Pedro, que se remonta al Señor mismo, respecto a la común «función de las columnas», quedando por tanto confirmado que oda predicación del evangelio debe medirse por la predicación de Pedro. Además de esto, la Carta a los gálatas atestigua que esa preeminencia subsiste incluso cuando el primero de los apóstoles permanece en su comportamiento personal por debajo de su cometido ministerial (Gal 2,11-14).

Si después de esta breve panorámica sobre el testimonio paulino nos volvemos ahora a la literatura joánica, encontramos a lo largo de todo el evangelio una fuerte presencia del tema de Pedro, al que sirve de contrapunto la figura del discípulo amado. La cumbre se alcanza con la gran perícopa de la misión de Jn 21 ,15-19. Hasta R. Bultmann ha afirmado claramente que en este texto a pedro «se le confía la guía suprema de la Iglesia»3; incluso descubre ahí la redacción originaria de la misma tradición que reaparece en Mt 1 6, y considera este pasaje como un trozo antiguo de tradición prejoánica.

Sin embargo, su tesis de que el evangelista estaría interesado en la autoridad de Pedro s interesado en la autoridad de Pedro sólo para poder reivindicarla en favor del discípulo amado después de haber quedado, por así declrlo, vacante una vez muerto pedro, es una propuesta que no encuentra apoyo ni en el texto ni en la historia de la Iglesia. Realmente demuestra también que no se puede evitar preguntar por el significado de las palabras que Jesús dirigió a Pedro después de su muerte.

Lo que aquí nos importa a nosotros es que, junto a la línea de tradición paulina, también la joánica nos ofrece un testimonio absolutamente claro en favor de la posición preeminente de Pedro, derivada del Señor. Finalmente, encontramos en cada uno de los evangelios sinópticos tradiciones autónomas sobre el mismo tema, por lo que resulta una vez más evidente que forma parte de la configuración constitutiva de la predicación y que está presente n todos los ámbitos de la tradición, en el judeo-cristiano, en el antioqueno, en la esfera de la misión de Pablo y en Roma.

En atención a la brevedad debemos renunciar aquí a analizar todos los textos, e igualmente a echar una mirada a la versión lucana del mandato primacial: «confirma a tus hermanos» (22,32), que, enlazando la mlsión petrina con el acontecimiento de la última cena, presenta un importante acento eclesiológico. Más bien deseo mostrar de una forma más general la posición especial que se asigna a Pedro en los tres evangelios sinópticos, independientemente también de Mt 16.