Emociones y Estoicismo Mónica Cavallé

EL ASESORAMIENTO FILOSÓFICO Y LAS EMOCIONES: APLICACIÓN DELAS ENSEÑANZAS DE EPICTETO Mónica Cavallé Cruz «Los enfermos se enfadan con el médico que no receta nada y piensan que se desentiende de ellos. ¿Por qué no mantenemos esa misma postura con el filósofo, de modo que creyéramos que se desentiende de que lleguemos a ser sensatos cuando no nos dice ninguna cosa práctica? (EPICTETO, Fragmentos, XIX) p 1. Introducción La filosofía estoica es inspiración para el fil y para todos aquellos la vida», «en el arte d qué proporciona a lo 7 lósof ter aliosa fuente de dos en la «ciencia de la infelicidad», «en uscar de palabra y llevar a cabo de obra lo que es adecuado y conveniente» 1. El estoicismo es una escuela de filosofía fundada en Atenas en el S.

IV a. C. por Zenón de Citio, cuyos antecedentes pueden encontrarse en Heráclito y en Sócrates, y que tuvo su apogeo en el mundo helénico-romano a lo largo de más de 500 años, un período que abarca el tradicionalmente denominado estoicismo antiguo, medio y posterior —a este último pertenecen sus representantes más conocidos: Epicteto, Marco Aurelio y Séneca—.

El influjo del estoicismo no desapareció con la caída del Imperio Romano; lejos de ser así, ubsistió durante la Edad inadvertido incluso para los estudiosos de la Filosofia—, la doctrina filosófica que más vitalidad ha tenido en la historia de Occidente, lo cual es significativo sobre su capacidad de trascender las contingencias histórico-culturales y las modas intelectuales, para concernir a las constantes existenciales de todo ser humano. Recalar en el estoicismo es, por ello, recalar en nosotros mismos y redescubrir una de las más importantes raíces e hilos conductores de nuestra propia tradición.

Si así lo hacemos, si nos adentramos sin prejuicios en esta enseñanza, sin uda repararemos en que el difundido cliché del estoicismo, el que lo hace equivaler a una suerte de «moral de la resignación y del aguante», está absolutamente injustificado; basta una lectura superficial de algunos de sus representantes —por cierto, accesible a todos, sin necesidad de tener conocimientos de filosofía— para advertir la inconsistencia de esa interpretación.

Dos de las aseveraciones sobre la naturaleza de la filosofía más frecuentes entre los filósofos estoicos son, en primer lugar, la de que el estudio teórico de la filosofía no debe constituirse como un fin en si mismo, Sino como un medio para prender a «vivir conforme a la Naturaleza»2, es decir, en armonía y correspondencia lúcida con la realidad —una armonía que es, de hecho, la esencia de la vida filosófica—; y, en segundo lugar, la de que el conocimiento Tres caracterizaciones de la filosofía aportadas por el estoico Musonio Rufo (S. . d. C. ). Cfr. Rufo, Musonio. Disertaciones VII 27 2 XIV. En palabras del filósofo estoico Cleantes de Assos, sucesor de Zenón de Citio. filosófico que no se encarna en un estilo de vida, en unas actitudes vitales, es completamente inútil. «Mostradme un estoico, si tenéis alguno. ¿Dónde o cómo? Pero ue digan frasecitas estoicas, millares Entonces, ¿quién es estoico? Igual que llamamos estatua fidíaca a la modelada según el arte de Fidias, así también mostradme uno modelado según las doctrinas de las que habla.

Mostradme uno enfermo y contento, en peligro y contento, muriendo y contento, exiliado y contento, desprestigiado y contento» (EPICTETO, Disertaciones, II, XIX) «Porque las ovejas no muestran a los pastores cuánto han comido trayéndoles el forraje, sino digiriendo en su interior el pasto y produciendo luego lana y leche. Así que tampoco hagas tú ostentación de los principios teóricos ante los profanos, ino de las obras que proceden de ellos una vez digeridos» (EPICTETO, Manual, 46) En el presente artículo nos centraremos en uno de los principales representantes de la doctrina estoica, Epicteto (S. . C. ), y, en concreto, en las dos obras que recogen su pensamiento: las Disertaciones por Arriano y el Manual. Esclavo desde su nacimiento —aunque se le permitió usonio Rufo—, se le en su juventud estudiar co 3 7 concedió la libertad en su escuela de filosofía, a la que se dedicó plenamente y a la que acudirían numerosas personas — muchas de ellas destacadas en su estatus social y cultural— traídas por su sabiduría y elocuencia.

Epicteto no escribió nada, pero algunos de los diálogos que mantenía habitualmente con sus discípulos y visitantes fueron recogidos y transcritos por uno de sus discípulos, el historiador Flavio Arriano. Las Disertaciones recogen, de hecho, algunos de estos diálogos, respetando el lenguaje directo, natural y vivaz de Epicteto. El Manual es, a su vez, un resumen, también elaborado por Arriano, de las ideas fundamentales de las Disertaciones.

Epicteto —paradójicamente, un manumiso— fue antecesor e inspirador del emperador y filósofo Marco Aurelio. . Pensamiento y emoción Un malentendido frecuente entre las personas que oyen hablar por primera vez del asesoramiento filosófico, es el que lleva a concluir precipitadamente que, dado que la metodología de esta actividad es específicamente filosófica, debe tratarse de un asesoramiento de naturaleza intelectual y que, por consiguiente, dejará necesariamente al margen el mundo de las emociones.

Si bien, efectivamente, el enfoque de esta actividad es filosófico, y se centra, por ello, en las ideas y concepciones que están en el trasfondo de las situaciones vitales que se plantean al asesor, el sesoramiento filosófico —como intentaremos mostrar en estas páginas— no se ordena a clarificar sólo nuestro pen a clarificarnos como 4 27 seres humanos, es decir, a en todos los ámbitos de nuestro ser, también en el ámbito emoclonal.

El malentendido señalado parte de un prejuicio muy extendido: el que separa radicalmente el pensamiento de la emoción, como si ambos constituyeran dos elementos de nuestra experiencia disociados e, incluso, dicotómicos. En estas páginas intentaremos hacer ver —al hilo de las enseñanzas del filósofo estoico Epicteto— por qué una de las onsecuencias inmediatas de la dilucidación y depuración de nuestras premisas básicas de pensamiento es la clarificación emocional, y por qué carece de todo fundamento divorciar ambas vertientes de nuestra experiencia. . 1 . Ideas centrales de las enseñanzas de Epicteto Resumiré en tres las ideas clave del pensamiento de Epicteto. La primera de ellas es la siguiente: a) No son las cosas las que nos disturban, sino nuestro juicio sobre las cosas. «Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sno por las opiniones sobre las cosas. Como la muerte, que no es nada terrible —pues entonces ambién se lo habría parecido a Sócrates —sino que la opinión sobre la muerte, la de que es algo terrible, eso es lo terrible.

Así que cuando suframos impedimentos o nos veamos perturbados o nos entristezcamos, nunca responsabilicemos a otros, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones. Es pro o reclamar a los otros por s 7 lo que uno mismo ha siguiendo a la tradición estoica, denomina «representaciones» el modo en que los seres humanos nos representamos la realidad, es decir, el modo en que percibimos, imaginamos, concebimos e interpretamos los distintos hechos y situaciones.

Según los estoicos, no sólo nos representamos la realidad, sino que tenemos, además, la capacidad de asentir o no a nuestras representaciones espontáneas, un asentimiento que adopta la forma de «juicios». Así, por ejemplo, cabe representarse la muerte como un acontecimiento terrible, como un mal indeseable; el asentimiento a esta representación se expresa en el juicio «La muerte es algo terrible».

Cuando nuestros juicios sobre la realidad no arraigan en una comprensión firme y sólida —aquella que no puede ser cambiada mediante el raciocinio— nos hallamos ante lo que los filósofos estoicos enominan «opiniones», es decir, ante juicios errados o no suficientemente contrastados. Para el pensamiento estoico, todo juicio origina en nosotros un «impulso»: un movimiento instintivo de acercamiento o rechazo y una cierta conmoción psicofísica (lo que en un lenguaje contemporáneo denominaríamos emoción).

Cuando este impulso se origina en juicios errados, automáticamente se torna irracional y excesivo dando lugar a las «pasiones», perturbaciones anímicas o emociones negativas. Así, una Intensa aprensión ante la expectativa de la muerte no puede menos que seguir a la creencia de que la muerte es un mal. Traduzcamos estas intuiciones al lenguaje contemporáneo.

Epicteto entiende por «opinión» los juicios no suficienteme dos mediante los cuales 6 27 interpretamos, significamo «opinion» los juicios no suficientemente contrastados mediante los cuales interpretamos, significamos y valoramos lo que es y sucede —personas, cosas, hechos, experiencias, situaciones, estados externos e internos—, básicamente como bueno o malo, positivo o negativo, conveniente o inconveniente, beneficioso o perjudicial, agradable o desagradable. Nuestros juicios de valor se acompañan siempre de una respuesta emocional (que será más menos intensa en función de la mayor o menor intensidad de la evaluación).

Si nuestra valoración de un hecho es positiva, nos sentiremos serenos, estimulados, confiados, alegres o eufóricos; si es negativa, sentiremos desánimo, desinterés, frustración, vergüenza, culpa, desprecio o ira. A su vez, la valoración emocional provocará en nosotros un impulso: un movimiento interno de deseo o rechazo, de atracción o repulsión, y un movimiento externo ordenado hacia el acercamiento o hacia la retirada. En otras palabras, juicio y emoción —nos hace ver Epicteto— constituyen una unidad indisoluble.

Toda emoción presupone un juicio de valor, un pensamiento o pensamientos, y todo juicio sobre la realidad conlleva emoción. Nuestras emociones no son ciegas o arbitrarias, sino el reflejo directo de nuestra forma de interpretar lo que es y sucede. Del mismo modo, tampoco 3 somos víctimas pasivas de nuestros impulsos, deseos o aversiones, pues, como afi 7 27 no es posible desear aleo a juzgado previamente sino la opinión» (Disertaciones, III, XIX) Pensamientos y emociones no tienen, por tanto, lógicas diferentes ni están desconectados.

Si con frecuencia parece que si lo están es porque la dimensión ognoscitiva de la emoción y del impulso suele pasarnos desapercibida; no la advertimos debido a que las creencias y juicios que subyacen a nuestros deseos, rechazos y estados emocionales muchas veces no han sido fruto de una reflexión propia ni han sido libremente elegidos, sino que se hallan incorporados de forma casi automática en nuestro lenguaje y en nuestro diálogo interno, procedentes del entorno social, de la cultura que hemos asumido, de la visión de las cosas que se nos ha inculcado, de nuestro condicionamiento psico-biográfico, etc.

Ahora bien, reflexivos o irreflexivos, automáticos o no, sos juicios son siempre operativos, es decir, conforman de modo directo el modo en que nos sentimos y nos comportamos. No nos perturban los hechos —nos enseña Epicteto— sino nuestras interpretaciones de los hechos. En otras palabras, cuando experimentamos sufrimiento emocional (que, como veremos más adelante, no es sinónimo, sin más, de dolor), en último término son nuestros propios pensamientos los que nos dañan. Recuerda que no ofenden el que insulta o el que golpea, sino el opinar sobre ellos que son ofensivos. Cuando alguien te irrite, sábete que es tu juicio el que te irrita. Por tanto, ntenta, antes que nada, no ser arrebatado por la representación» (Manual, 20) 27 La segunda idea clave de I s de Epicteto es la que es la que exponemos a continuación: b) Somos libres para intervenir en el ámbito de nuestras representaciones.

Hay algo en nosotros —nos enseña Epicteto— más originario que el ámbito de nuestras representaciones y que los contenidos y el devenir de nuestra vida psíquica, compuesta básicamente de juicios, emociones e impulsos; una dimensión más originaria cuyas características son: El discernimiento o la capacidad de discernir entre las representaciones, de distinguir entre as que son ajustadas a la realidad y las que no lo son, y de asentir o no a ellas.

La capacidad, en definitiva, que nos permite decir: «Eres una representación y no, en absoluto, lo representado» (Manual, 1). La libertad. Esa capacidad de discernir es intrínsecamente libertad. Es la libertad interior que posibilita que no seamos necesariamente arrastrados por nuestras representaciones espontáneas, es decir, que podamos otorgarles o no nuestra aprobación. Nada ni nadie —insiste Epicteto— puede arrebatarnos esta libertad originaria, nada ni nadie puede ponerle impedimentos; ella es la única que puede obstaculizarse o onerse impedimentos a sí misma. «(… la divinidad no sólo nos concedió esas capacidades con las que podemos soportar todo lo que sucede sin vernos envilecidos o arruinados por ello, sino que, además, como correspondía a un rey bueno y a un verdadero padre, nos las concedió incoercibles, libres de impedimentos, inesclavizables, las hizo absolutamente dependientes de nosotros, sin siquiera rese smo ninguna fuerza capaz capaz de obstaculizarlas o ponerles impedimentos» (Disertaciones, l, VI) 4 «La primera diferencia entre el particular y el filósofo: el uno dice: ‘iAy mi pobre muchachito, mi pobre hermano! ‘iAy, mi pobre padre! , mientras que el otro, si en algún caso se ve obligado a decir ‘iay! ‘, tras esperar un poco añade ‘ipobre de mi? Y es que nada ajeno al albedrío puede poner impedimentos o perjudicar al albedrío, si no es él a sí mismo» (Disertaciones, III, XIX) La identidad. Ese eje y núcleo de nuestro ser que consiste en libertad irreductible y del que procede nuestra capacidad de discernir es lo único que nos es realmente propio, lo único de lo que no podemos ser desposeídos. En él reside, por ello, el núcleo de nuestra identidad; en otras palabras, es aquello que define nuestra humanidad, lo que nos specifica como seres humanos.

Eso es lo que esencialmente somos; ahí, y sólo ahí, radica nuestra dignidad. «Cuando te den una noticia inquietante ten a mano aquello de que no cabe noticia sobre nada del albedrío. ¿Acaso puede alguien darte la noticia de que hiciste mal una suposición o deseaste torpemente? De ningún modo. Sino que ‘alguien murió’. ‘¿Qué tiene que ver contigo? ‘ Que ‘alguien habla mal de ti’. ¿Qué tiene que ver contigo? Que ‘tu padre prepara tales cosas’. ¿Contra quién? ¿Verdad que contra tu albedrío no? ¿Cómo iba a poder? Sino c ecito, contra la 0 DF 27 haciendita. Estás a salvo,