El Viejo Alquimista gy li7crbgE0314 Ocopa» 15, 2016 | 87 pagos PACE 1 or87 to View nut*ge {,}ujt ¿op I •_S*- te Coordinación Editorial: Rosa Campos de la Rosa Primera edición, 1974 Segunda edición, 1984 Tercera edición, 1993 Cuarta edición, 2001 D. R. @ 1984, Ruy Pérez Tamayo celosamente la entrada de las torres donde bellas princesitas esperaban impacientes ser liberadas por jóvenes y apuestos caballeros. pero yo dediqué todo «… cra, 7tn hombre pequeño, flaco eicorüado… 7 mi tiempo a la búsqueda del Pájaro Azul, que vivía detrás del Arco Iris; no lo encontré, quiá porque estaba uy lejos, y en el camino fui perdiendo la Ingenuidad y las Ilusiones, que son indispensables para poder verlo… Muchos años después, cuando ttn;e la frescura y la fuerza de la juventud, los dragones habían desaparecido junto con las torres y las princesitas, por lo que me hice üajero y me fui a correr por todo el mundo. Dos siglos más tarde quise ser y acumulé riquezas…
Incrédulm, Ic jóvenes cambiaron una rápida mirada y se alejaron moviendo la poderoso eabeza, entristecidos 87 por un pcqucño jardln q donde sbmprc había flores… » elevados valores de la disciplina y de la regularidad; además, creo ue en aquel tiempo no había relojes. El Viejo Alquimista vivla en rina casita cercana al Antiguo Colegio Real, rodeada por un pequeño jardín donde siempre habla flores. En aquél Pals lm inüemos eran muy fríos y cuando nevaba todas las plantas davla anterior al de tan augusta insütución educativa.
En cierta ocasión, unos estudiantes desocupados separaron la gniesa malla de enredadera que cubría la torre, rasparon el polvo hasta desctrbrir la pared, y se encontraron con un material blanco, liso y «muyduro. Entonces corrieron lavoz de que se helaban, pero en el jardln del VSo Alquimista las flores seguían tan frescas y olorosas como en la primavera. Por eso la gente murmuraba que el sabio tenia poderes extraños, y durante un tiempo corrió el rumor de que era amigo del Gigante Egoísta.
Pero como este personaje era de otro cuento, y como, ademfu, el Viejo Alquimista no le hacia daño a nadie y sieinpre tenta la bolsa y el corazón abiertos para todos, el rumor desapareció sin dejar huella. En las noches, el Viejo Alquimista se sentaba frente a su chimenea prendida y ffi Bstaba aloiado en una antiqufuima torre cubierta totalmente por enredaderas, con ventanas muy altas y estrechas, y con rma ola puertecita que el sabio siempre dejaba abierta cuando estaba trabajando, quiá con la esperanza de que alguna vez alguien lo visitara.
La torre formaba Parte del Antiguo Colegio Real, pero su origen era to’ Fclíz Vicio Alguimkta.. la tore estaba hecha de marfil y pronto se conoció al laboratorio del Viejo AlquimiSta como la Torre de Marfil. Sin embargo, el nombre no fue adoptado oficialmente Por las Altas Autoridades del Antiguo Colegio Real, entre otras razones, Porque la ciudad era pobre y todo el mundo sabe que los pa(ses con pocos recursos fitmca hacen inversiones erftravagantes, sobre todo cuando ay tantos otros problemas urgentes por resolver.
La poca luz que entraba al interior de la torre dejaba ver alambiques, retortas, fuelles, crisoles y otros instrumentos, una calavera humana y varios cráneos de vaca. Había también muchos libros, entre ellos h To La Torre de Marfil 4 87 manuscritos y otros libros; ahi se sentaba el Viejo Alquimista a esperar que se completara algún experimento, o a leer y medltar sobre sus resultados y los de otros sabios.
Ocasionalmente iba a su gran pesa y-, con la avda de una vela y una lente de aumento, escribía con finísima le tra el resumen de sus investigaciones. El Viejo Alquimista abrigaba la eiperanza de que algún día las Altas Autoridades del Antiguo ColegioReaI le concedieran la gracia de su permiso y la generosidad de sus arcas para publicar un ubrq la Summa Alchemiae: eue pacientemente había escrito- omo tantos otros sabios de su época, el Viejo Alquimista también se dedicaba a la búsqueda de la Piedra Filosafal.
Según Arnaldo de Villa_ nova: «Existe en la Naturaleza una cierta materia pura que, al descubrirla y perfec- clonarla por medio del arte, convierte a si misma y en proporción a todos los cuerpos imperfectos que toca’,. Tan maravillosa ustancia era perseguida con paciencia en la mayoría de los laboratorios de aquel tiempo, y de vez en cuando algún sabio anunciaba que sus experimentos habían tenido éxito. Sin embargo, siempre se trataba de noticias prematuras o simplemente fal- sas, por lo que, con toda justicia, las autoridades de la localidad ordenaban a su verdugo que cortara la cabeza. l indiscreto que las había puesto en ri s 7 En las ciudades ricas, los la dices y muchos aparatos; además, las au_ toridades habían comprendido que arlmentando el número de sabios deücados a la búsqueda de la Piedra Filosofal tambien ultiplicaban las probabilidades de encontrarla, por lo que invertían una parte importante de su riqueza en establecer y patrocinar cada vez más laboratorios. Los sabios en esas ciudades poderosas gozaban de gran prestigio en la Corte; se hacían ricos e influyentes; sus palabras eran escu_ chadas con respeto, y sris consejos seguidos al pie de la letra por las autoridades.
Estos sabios viajaban a todas partes, recogiendo personalmente los adelantos alcanzados en otros laboratorios, y disertando con pomposidad sobre sus propias investigaciones. Con frecuencia se sentaban en la Mesa Real, entre princesitas y Oidores vestidos de rojo, y comían tanto que casi todos eran gordos. El prestigio de los Alquimistas Gordos era muy grande, y siempre había muchos aprendices jóvenes que deseaban trabajar en sus laboratorios, ya que de esa manera no sólo conocían con rapidez cosas maravillosas, sino que tambien adquirían el aura de sabiduría y superioridad de sris mayores.
Pasado el tiempo, los poderosos de otras ciudades invitaban a rino de los aprendices más viejos a establecer su laboratorio y continuar la brisqueda de la Piedra Filosofal, con la esperanza de que el Gran Trabajo e hiciera bajo su patrocinio y dentro de sus murallas. El aprendiz se transformaba entonces en Alquimista Gordo y se incorpoS>J 6 7 incorpoS>J raba a la comunidad que disfrutaba de tantos privilegios y de tantos bienes. Hacla mucho tiempo que los Reyes de Francia hab[an establecido un premio para el Alquimista más distinguido de cada añq galardón que se entregaba en una gran fiesta en el Palacio Real.
Obtener este premio era la máxima aspiración de casi todos los alquimistas, sobre todo poryue, una vez obtenido, el afortunado pasaba a formar parte del selecto grupo de los Infalibles. El premio se conocía oomo el Premio Legon y siempre lo ganaba un Alquimista Gordo. Los procedimientos para obtener la Piedra Filosofal eran de tres tipos: Primitivos, Aproximados y el Gran Trabajo propiamente dicho. Cuando la purificación se iniciaba con oro, era necesario fundirio con antimonio, «hasta que todo se haga líquido, no hagas ninguna operación»; el oro purificado se disolvía en aqua. regia y la plata purificada eD aqua fortis.
Las sales obtenidas por cristalización y evaporación se calcinaban i después de otros pasos secretos que debían realizarse con juicio y prudencia, las sales sóficas ublimadas se encerraban en el Vaso de Hermes o Huevo Filosofal y estaban listas para el Gran Trabajo. Los Doce Procesos del Gran Trabajo eran: Calcinación, Congelaci6n, Fijación, Solución, Digesti6n, Destilaci6n, Sublimación, Separación, Ceración, Fer En cualquier momento, po Itiplicación y Proyección. más insignificante procedimientos, el experimento fracasaba; de hecho, nunca pudo completarse de manera perfecta, y por eso no se obtuvo la Piedra Filosofal.
En la actualidad, cuando todo podría hacerse electrónicamente y por medio de computadoras de gran eficiencia, el nterés por la Piedra Filosofal ha decaído, y ya nadie se ocupa de ella… Para nuestra historia, lo importante es que los Alquimistas Gordos de las ciudades poderosas eran los que dictaban los procedimientos del Gran Trabajo; ninguno de los sabios que trabajaban en ciudades más pobres se hubiera atreüdo a introducir modificaciones, a inventar nuevos pasos o a cambiar el orden o los tiempos.
Lo menm que le hubiera pasado es que los otros alquimistas se hubieran reído de él y lo habrían despreciado; también babla el riesgo de que perdiera su laboratorio y fuera a dar a una mazmora por. el resto de sus ías, si los Oidores vestidos de rojo se hubieran enterado de que no seguía al pie de la letra las prescripciones de los Alqümistas Gordos de las ciudades ricas. No es que a los Príncipes y a los Oidores vestidm de rojo les interesara lo que hacían sus sabios; el motivo por el que sostenían sus laboratorios y les permitían trabajar era mfu bien decorativo.
Despu& de todo, ningún Príncipe, por más pobre que fuera, podía aspirar a ser tomado en cuenta en los Conciüos y Alianzas con otras ciudades si no tenía Oidores vestidos d. -jq un caballo blanco, un [rago, un enano y un al ¿Y nuestro Viejo Alquimist Viejo Alquimista? La ciudad donde viÜa era pobre y su laboratorio, como ya he descrito, estaba destartalado y oscuro; los uniforrnes de los Oldores vestidos de rojo estaban llenos de remiendos y agujeros; el caballo blanco del Príncipe era un jamelgo triste y rengo; el mago tenía pocos poderes, y su enano era tuerto.
Entre los habitantes de la ciudad había mucha pobreza y en inviemo el Hambre caminaba por las calles, seguida de cerca por la sombra alargada de la Muerte. Hacía muchísimo tiempo (ya he dicho que no se sabe cuánto), el Viejo Alquimista había sido aprendiz en el laboratorio de un Alquimista Gordo en una ciudad de las más ricas. Al j. r. :rl:a arili regresar a su ciudad natal, el abuelo del Príncipe (¿o fue el bisabuelo? ) le había ordenado continuar la búsqueda de la Piedra Filosofal en su torre y desde entonces estaba ahí.
Cuando el Viejo Alquimista üajaba a otra ciudad, casi siempre a visitar un laboratorio y conversar con su alquimista, se echaba un saco al hombro con algo de ropa y comida, tomaba su mismo bastón torcido y se iba caminando pr los bosques y caminos, durmi árboles y hablando con las arüllas y los páia- ciudad cercana cuyo sabio había muerto repentinamente, se lo abía cambiado a zu Príncipe por dos hermosas ciervas blancas.
Ahora su antiguo aprendiz era un sabio completo, conocido como el Alquimista Joven’ na mañana de primavera, el Viejo Alquimista se despertó oyendo las desafinadas Uompetas que anunciaban una proclama del Príncipe. Se levant6 de un saltq se vistió rápidamente, salió corriendo de su casita y no par6 hasta llegar a la esqulna donde tres soldados seguían tocando aquella faurÍ. arria antimozartiana. Desde su caballo, un Oidor vestido de rojo, estirado y rimbombante, ley6 de un pergamino desenrollado las siguientes palabras: uitó la bata (que con las prisas se había puesto al revés), se hizo vna ta? de café amargo y se dispuso a salir hacia su laboratorio, mientras pensaba: «Esto Significa que vendrán los Alquimistas Gordos… Si no fuera porque el Príncipe quiere que yo defienda las Tesis y afirme las Contrarias, inventaría que debo visitar alguna otra ciu- de esta ciudd por la -Yo, Gracia de Dios, cuidadoso de su presPrlncipe tigío, atento a s7r, iqueza, defensor d. e ru féy amorosa can sus ciudadanos. He d[spuesto que durante la próxima luna llena se celebren en los Caballeros de mr ougu