CASO PEDRO ARMENDARIZ

PEDRO ARMENDARIZ La compañía Informática y Procesos S. A. (INPROSA) era una empresa independiente, de tamaño mediano radicada en Madrid, que se dedicaba al desarrollo de programas para grandes sistemas informáticos. La principal fuente de su actividad provenía de contratos directos con la Administración Publica, fundamentalmente para el Ministerio de Defensa, y de subcontratos con empresas fabricantes de ordenadores o con grandes compañías de software españolas y extranjeras.

Una característica destacable de esta clase de contratos es la incertidumbre que comporta a propia definición de los ro ectos ue suelen implicar trabajos de investigación. 5 Frecuentemente, los royectos inr]uyen di o de equipos además de la confec • n de software. Lo cual obliga a lase presas INPRO a disponer del suficiente personal t directivo para atender los requisitos específicos de cada contrato. La capacidad de las empresas de este tipo para obtener contratos se basa en la garantía que ofrezcan de contar con personas capaces de llevar a buen término en plazo y con calidad las especificaciones de los proyectos.

Cuando los proyectos son de gran envergadura o contienen ucha incertidumbre, la Administración y las grandes compañías contratantes suelen dividirlos en distintas partes, a veces secuenciales, de manera que contratan su desarrollo con una o varias empresas informáticas los subproyectos resultantes de la división. Así, las empresas que realicen un trabajo satisfactorio en K0MaHAa I ecwposawe OKHO Cnpa3Ka ventajosa para obtener nuevos contratos con el cliente, sobre todo si corresponden a partes sucesivas de un gran proyecto.

En general, los clientes suelen exigir a las empresas contratadas que vayan haciendo presentaciones parciales del trabajo que estén esarrollando en sus contratos. En el tiempo en que ocurren los acontecimientos que se relatan en este caso, la Administración española ofrecía bastante trabajo a las empresas informáticas, dentro de sus programas de modernización de los equipos militares. Así mismo los proyectos europeos de desarrollo tecnológico abrían una parte considerable de mercado a las empresas españolas.

INPROSA estaba realizando entonces unos cuantos contratos importantes, entre los que destacaba una parte del proyecto para el cohete europeo Cronos, que le había subcontratado la empresa internacional Zeus. Eleuterio Gómez era uno de los socios fundadores de INPROSA y ocupaba en su organización el puesto de director de proyectos, lo cual significaba ser el responsable de que se realizaran correctamente todos los trabajos de desarrollo de los contratos. Bajo su mando estaban todos los técnicos, agrupados por equipos, que confeccionaban los programas de software y diseñaban los sistemas informáticos espec•ficados en los proyectos.

Los equipos de trabajo se componían de un modo muy flexible, con técnicas de distintas especialidades, según fueran las necesidades de las operaciones a desarrollar. Cada equipo tenia un encargo concreto y al frente estaba un jefe de proyect endáriz, ingeniero de telecomunicación de 32 a ingeniero de telecomunicación de 32 años, llevaba 3 años trabajando en INPROSA, y acababa de ser nombrado jefe de proyecto por Eleuterio Gómez. Una tarde, varios meses después de su nombramiento, Pedro Armendáriz se había quedado solo en la sala de reuniones de la oficina.

El resto del grupo se habla marchado. Una de las secretarias se habla detenido para hablar con él unos Instantes acerca del próximo ingreso de su marido en la Administración Pública y, finalmente, se había ido. Pedro, sólo en el despacho, se arrellanó cómodamente en su silla, contemplando con satisfacción los resultados de la primera prueba del nuevo programa para la unidad de control de vuelo, en el cohete europeo Cronos. Le gustaba quedarse solo después de que todos se habían ido.

Su nombramiento como jefe de proyecto era aún lo suficientemente reciente como para proporcionarle un hondo sentimiento de placer. Miraba fijamente los diagramas que tenía enfrente, pero en su imaginación podía oír a Eleuterio Gómez decir una vez más: «Hay algo aquí en lo que uno puede apoyarse. iNo hay limite para quien sepa rendir! ?. Armendáriz experimentó nuevamente una sensación de felicidad y a la vez de desconcierto. Se decía a sí mismo: «Bueno, iqué diablos! , como quiera que fuere, yo he rendido. No estoy engañando a nadie».

Durante una prueba de retina de algunos programas para las fuerzas armadas, se le había ocurrido una nueva idea para el cálculo de la derivada de tiro de un 30F tipo especial de misil, V el emente sucedió. Gómez entusiasmado; se había establecido un equipo de trabajo separado para continuar la investigación y el desarrollo del programa, y le habían encomendado a él la tarea de hacerlo uncionar. A Pedro todavía le parecía un milagro todo eso. Dejando a un lado estos pensamientos, se inclinaba decididamente sobre sus papeles, cuando se percató de que alguien entraba en la sala, detrás de él.

Volvió la vista, expectante, ya que Gómez se solía quedar también hasta muy tarde y a veces entraba para charlar, lo cual hacía que el final de la jornada fuese especialmente agradable para Pedro, pero esta vez no era Gómez. La persona en cuestión era un desconocido. Era un hombre alto, delgado, y más bien moreno. Usaba gafas con montura de acero y corbata de lazo. Maria, la ujer de Pedro, observó después que era la clase de corbata de lazo que usaban los intelectuales excéntricos que querían llamar la atención. El desconocido sonrió y se presentó a sí mismo: «Soy Julio Schwartz Martínez-Anleo. ?Es usted Pedro Armendáriz? ». Pedro contestó afirmativamente y se dieron la mano. El visitante continuó: «Eleuterio Gómez me dijo que podría encontrarle aquí. Estuvimos hablando sobre su trabajo, y me interesa muchísimo lo que está usted haciendo». Pedro le señaló una silla. Julio Schwartz no parecía encajar en ninguna de las categorías orrientes de visitantes: cliente, accionista, simplemente curioso… Pedro señaló los papeles sobre la mesa. «Aqui tiene los resultados preliminares de una prueba que estamos haciendo. Tenemos un nuevo progra 40F manos y estamos tratando .

No está terminado, pero programa entre manos y estamos tratando de encajarlo. No está terminado, pero puedo mostrarle la sección en la que estamos trabajando». Pedro se puso de ple, pero Julio estaba embebido en los diagramas. Pasado un momento, levantó la vista y dijo con una extraña sonrisa: «Parecen trazados de una cun,’a de Fuccini. ¿Sabe? He estado estudiando algunas funciones de autocorrección». Pedro, que no tenía la menor idea de a qué se refería, le devolvió la sonrisa y movió la cabeza, sintiéndose inmediatamente molesto. ?Permítame presentarle al monstruo», dijo Pedro, y condujo a Schwartz a la sala de ordenadores. Cuando Julio se hubo marchado, Armendáriz guardó lentamente los papeles, sintiéndose vagamente molesto. Luego, como si hubiera tomado una firme decisión, cerró rápidamente la puerta y siguió el camino más largo para pasar junto al despacho de Gómez. pero ya estaba cerrado. Pedro se preguntó si Gómez y Schwartz se habrían ido untos. A la mañana siguiente, Pedro se presentó en el despacho de Gómez y le dijo que había hablado con un tal Schwartz.

Le preguntó si sabía quién era. Gómez le contestó: «Siéntate un minuto, quiero hablarte acerca de Schwartz. ¿Qué piensas de él? »- Pedro le respondió sinceramente que creía que Julio era un hombre muy inteligente y probablemente muy competente. Gómez pareció complacido y le contestó: «Lo vamos a contratar. Ha adquirido una gran experiencia en proyectos diversos en vanas companías y univer los Estados Unidos, V pare as ideas respecto a los estamos tratando». Pedro asintio con la cabeza, deseando, desde luego, que no lo pusieran a trabajar con él.

Gómez continuó: «No sé aún a qué se llegará al final, pero parece interesarle lo que estás haciendo. He pensado que podría trabajar contigo, durante algún tiempo, como medio para iniciarse. Si continúa interesándose en su trabajo, lo puedes incorporar en, tu equipo». Pedro asintió pensativamente, luego añadió: «Bien, este hombre parece tener algunas ideas, aun sin saber exactamente lo que estamos haciendo. Espero que se quede. Me agradará tenerlo». Pedro Armendáriz regresó a su despacho, con sentimientos onfusos.

Se dijo a sí mismo que Schwartz sería bueno para el grupo. No era ningún tonto y rendiría. Pedro recordó otra vez la promesa de Gómez, cuando le había ascendido: «Aquí el hombre que rinde, avanza». Sin embargo, estas palabras parecían tener ahora el tono de una amenaza. Al día siguiente, Schwartz no se presentó hasta media tarde. Explicó que había tenido un largo almuerzo con Gómez, discutiendo su puesto en la empresa. «SI -dijo Armendáriz- hablé de eso esta mañana con Eleuterio y ambos acordamos que usted podría trabajar con nosotros durante algún tiempo»

Schwartz sonrió, con el mismo tono de suficiencia que había adoptado cuando mencionó lo de las curvas de Fuccini, y dijo: «Me gustaría mucho». 2 Armendáriz presentó a Schwartz a los demás miembros de su equipo de trabajo. Schwa congenió muy bien con Lu matemático del grupo, V método de análisis de formas que había preocupado a Acebedo durante todo el mes anterior. Eran las 8:30 cuando Armendáriz salió de la oficina esa tarde. Había esperado, casi ansiosamente, que terminara el día para, una vez que todos se hubieran ido, poder sentarse en las salas, ya silenciosas, a descansar y a pensar. ??Pero, ¿pensar sobre qué? », se preguntó. No lo sabia. Todos se habían ido poco después de las seis salvo Schwartz, y lo que siguió fue casi un duelo. Schwartz estaba sentado en la sala de reuniones leyendo, y Armendáriz en su despacho, el pequeño cubículo de paneles de vidrio en el que se refugiaba para que no le molestaran. A Armendáriz le disgustó la interferencia en su acostumbrado periodo de quietud, por lo que decidió que Schwartz debía marcharse antes que él. Schwartz había obtenido los informes de trabajos realizados en el año anterior y estaba estudiándolos uidadosamente.

El tiempo transcurría lentamente. Armendáriz garrapateaba sobre un papel, y su nerviosismo aumentaba cada vez más. «¿Qué demonios creía Schwartz que iba a encontrar en esos informes? », pensaba Pedro. Finalmente, Armendáriz se rindió y se fueron juntos de la oficina. Schwartz se llevó algunos de los informes para estudiarlos en su casa por la noche. Armendáriz le preguntó si creía que los informes le daban una imagen clara de las actividades de los proyectos de la empresa. ?Los informes son excelentes» -respondió Schwartz con evidente sinceridad -«No sólo son uenos informes; de lo que informan, además, es sumamente bueno». Armendáriz se sor del alivio que sintió V se m dial al desear a Schwartz Armendáriz se sorprendió del alivio que sintió y se mostró casi cordial al desear a Schwartz las buenas noches. Al volver a su casa, Pedro se sentía más optimista respecto a la presencia de Schwartz en la empresa. Nunca había comprendido plenamente el análisis que Acebedo estaba intentando. Si habla algún error en el enfoque de Acebedo, pensaba que Schwartz lo podría descubrir. ?Y si no me equivoco -murmuró-, no será particularmente diplomático al especto» Pedro le contó a Marra, su esposa, cómo era Schwartz, y se rió de buena gana con lo de la corbata de lazo. «Es la clase de lazo que deben haber usado los artistas del impresionismo francés», dijo María riendo. «No me preocupa la forma en que se viste» -dijo Pedro, riendo también- «pero me temo que es la clase de individuo que no está a gusto si no aparenta ser un genio dos o tres veces al día, y eso puede ser muy molesto para el grupo».

Aquella noche, Pedro Armendáriz ya estaba durmiendo desde hacía varias horas cuando el teléfono le despertó con un sobresalto. Comprendió que deb[a aber sonado bastantes veces. Saltó de la cama murmurando sobre los condenados tontos y los teléfonos. Era Schwartz que, sin dar ninguna excusa y aparentemente olvidado de la hora que era, se puso a contarle emocionalmente la forma en que podía resolverse el problema de formas de Acebedo. Armendáriz cubrió con la mano el micrófono, para responder a la pregunta que le cuchicheaba su esposa: «¿Quién es? ?. «El genio», contestó Pedro. Schwartz, haciendo caso o ran las dos y media de la madrugada, procedió, 80F dos y media de la madrugada, procedió, con gran excitación, a explicarle un enfoque totalmente nuevo obre algunos de los problemas del proyecto relacionados con series recurrentes con las que él había tropezado en otras investigaciones anteriores. Armendáriz se las arregló para poner cierto entusiasmo en su voz y soportó, semiaturdido y sumamente incómodo, a Schwartz hablar, interminablemente, sobre lo que había descubierto.

Probablemente, no sólo era un nuevo enfoque, sino además un análisis que demostraba la debilidad inherente del desarrollo efectuado hasta entonces y cuán incompleto había sido. Al día siguiente, Armendáriz pasó toda la mañana reunido con Schwartz y Acebedo, el atemático, y suspendió la acostumbrada reunión matutina del equipo de trabajo para poder revisar concienzudamente lo que Schwartz le propuso la noche anterior.

Schwartz tenía sumo interés en que así se hiciera y a Armendáriz, por razones muy personales, no le pareció tan mal cancelar esa mañana la reunión del equipo. Durante algunos días después, Schwartz se encerró en el despacho interior que se le había asignado, y no hizo sino leer los informes de progreso de los trabajos que se habían realizado en los últimos meses. Armendáriz sentía cierta inquietud respecto a la reacción que Schwartz pudiera xperimentar hacia su trabajo. Estaba un poco sorprendido de lo que sentía.

Siempre estuvo orgulloso -aunque había aparentado modestia- por la forma en que se habían sometido a consideración, en su equipo, algunos aspectos nuevos sobre el instrumental para control de las 3 trayectorias. Ahora, sin embargo, no estaba seguro de ello, y le parecía que podría demostrar fácilmente que la línea de desarrollo que habían estado siguiendo, ni era sólida ni imaginativa. A la mañana siguiente, como era costumbre en el equipo de Armendáriz, los miembros del grupo, incluyendo a las secretarias, se sentaron alrededor de la esa de la sala de reuniones.

Pedro se jactaba de que el trabajo del equipo estuviera dirigido y evaluado por el propio grupo en su conjunto, y le complacía mucho repetir que la inclusión de las secretarias en esas reuniones no constituía una pérdida de tiempo. Con frecuencia, lo que empezaba siendo una rutinaria exposición de suposiciones, tediosa para un oyente no iniciado, acababa por llevar a descubrir otras formas nuevas de considerar esas suposiciones que, muy probablemente, no se le habrían ocurrido por sí solo al técnico involucrado, que podía llevar mucho tiempo ceptándolas como base fundamental de su trabajo.

Estas reuniones de grupo, le servían también a Pedro en otro sentido. Pedro estaba convencido de que se habría sentido mucho menos seguro si hubiera tenido que dirigir el trabajo del equipo con su única decisión, en solitario. Con la reunión de grupo como procedimiento de dirección, siempre era posible justificar la exploración de callejones sin salida por el efecto educativo general sobre todos. Schwartz ya habla llegado a la reunión. Estaban también Forqué y Losada. Acebedo estaba s Schwartz, y 0 DF 15 aparentemente continuab ción